“Grité. Grité, lo siento. Me pasa cuando escucho un político hablar.
Los ves, están tan contentos… y esa sonrisa no la juzga ningún tribunal”
Fragmento de la canción Dios de Hilda Lizarazu
¿Cómo no voy a gritar? Es tan odioso como burdo escuchar a las mismas voces que ayer culparon a los usuarios del Sarmiento por viajar en los primeros 2 vagones para bajar rápido, anunciar hoy, rimbombantes, la “urgente intervención administrativa, técnica y operativa de TBA” como un acto relámpago de justicia divina.
¿Cómo no voy a alterarme? Me desespero al ver como un diputado oficialista coloca todo su pobre empeño en recalcar que desde hoy se vigilará celosamente el accionar de la empresa concesionaria pese a que él y todo su grupo hizo oídos sordos a 4 informes lapidarios y escalofriantes emitidos por el ente de contralor desde hace 10 años.
¿Cómo no sentirme así? Si pretenden hacernos creer que una empresa ferroviaria intervenida por el Estado va a funcionar al fin y al cabo como Dios manda; si nunca admitirán una puta responsabilidad los que hicieron la vista gorda ante las reiteradas denuncias de usuarios, trabajadores y auditores; si todo parece indicar que los únicos culpables de la tragedia resultarán TBA y el maquinista del tren colisionado.
Mientras se denuncia que legisladores K retrasan la publicación de un nuevo informe sobre el pésimo estado de nuestros trenes, mientras aplauden la ausencia de la Presidente en el hecho porque “respetan el dolor ajeno” con el silencio, mientras se embanderan con la música del muerto número 51 que esperó casi 3 días para ser hallado entre los restos de un vagón desfigurado, parafraseo: “si hay un Dios algo tiene que hacer”.
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