Tomemos los números que arrojan las estadísticas políticas y saquémosle dramatismo al caso por el bien de nuestra salud. Así podremos llegar a la conclusión que, tanto nuestros Presidentes como nuestros Jefes de Gobierno utilizan el poder democrático como su mayor arma personal –con perdón de la paradoja-. Pero bien vale separar las aguas: unos tanto, otros tan poco.
En primer término, nuestra presidente Cristina Fernández dio luz verde a diferentes leyes haciendo un uso bastante acotado de los Decretos de Necesidad y Urgencia -25 en su primer mandato- en comparación a su marido, quien ostenta el récord histórico de 270 en su gobierno –unos 60 por año-. Sin embargo, la cantidad no representa calidad: con sólo 4 de estos CFK modificó en $120 mil millones el Presupuesto Nacional. Hoy por hoy, con mayoría en todos lados, promete darle pelea al difunto.
Por su parte, nuestro benemérito mandamás porteño, Mauricio Macri, utilizó su herramienta para hacer exactamente lo contrario: vetar leyes. Es verdad que fueron noticia los 85 vetos totales alcanzados por su voluntad en su primer gobierno, pero lo fueron aún más las particularidades que estas presentaron: de ese número global, 65 proyectos fueron anulados en su totalidad y 79 habían sido aprobados previamente por su propio bloque PRO. Eso sí es tener poder.
Recordando evitar el fatalismo y la exageración, reitero una y otra vez la frase que dice, palabras más, palabras menos, que un Gobierno Democrático no es solamente el que gana por la mayoría de votos, sino que también lo es aquel que gobierna para todos. Ojala algún día tengamos una democracia que, aunque sea, si no es mucho pedir, se aproxime a lo segundo, aún creyendo que nunca se podrá conformar a 44 millones.
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