El tema “Malvinas” viene ganando cada vez más espacios en los medios locales e internacionales. Se habla de estrategias políticas y de frases agraviantes, de tensión, de aliados y de aniversarios. Se habla de “Malvinas” como desde hace mucho tiempo no se hablaba, y eso no me pasó por alto. Y no puede pasarme por alto sencillamente porque se habla de Ellas y, por lo tanto, se desatienden otras cuestiones.
Porque se comenta por ahí que, como otras tantas cruzadas K –lesa humanidad, monopolios, subsidios, Papel Prensa-, la soberanía de las islas posee un plan táctico-estratégico digno de un viejo juego de mesa: agrupar aliados latinos, cortar relaciones económicas con los “piratas” y ganarnos la simpatía del resto de Europa. Y como el mandamás británico “eshtá nerviosho”, todo parece indicar que la suerte está de nuestro lado.
Mientras tanto, se dice que Mr. Cameron debería ocuparse de sus verdaderos problemas como lo son el desempleo y la crisis económica, y que Doña Cristina detona otra bomba de humo empujada por la nobleza irrefutable de las buenas causas, mientras las discusiones de salarios, el recorte a estatales, los roces con sus ex amigos gremialistas y el enojo de su principal comerciante Brasil detonan cada vez más cerca de su portón.
Por eso me vuelco a decir que la causa Malvinas nos dibuja, como en su bella marcha, un denso manto de neblinas. Todo sirve para seguir adelante con los deseos más íntimos del ego nacional y popular, y al mismo tiempo vale para distraer nuestra atención de los conflictos diarios. La desinformación y la distracción son armas muy valiosas también para la guerra.
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