Tengo conmigo una rara sensación contradictoria. El descenso de River sigue y seguirá arrojando infinidad de noticias y datos de color -muchos de ellos amarillentos- hasta su regreso a la Primera División. Y allí, en ese hecho histórico, predecible e increíble a la vez, radican mis sentimientos encontrados, revolviéndose en un extraño cóctel de rivalidad, comicidad, violencia, sentimientos, solidaridad y corrupción.
Desde hace 1 año vengo sosteniendo que River saldría campeón de alguno de estos 2 últimos torneos para salvarse de las promociones y los descensos. Para ello me basaba no tanto en la calidad histórica de grandeza que tiene el equipo millonario, sino más bien en la "mano oficial" que podría ayudar a ese grande a zafar de tales agonías. El "River se salva" acompañaba siempre mis sospechas sobre los ya conocidos arreglos que suelen darse en la AFA y ese sentimiento, de corrupción bestial en el organismo madre, se agrandaba con cada gol que River marcaba, hasta en el mismísimo partido definitorio de ayer.
Sin embargo la realidad nos dio un gran cachetazo a todos los que no la imaginábamos, por más que armábamos chistes al por mayor con la posibilidad de experimentar un River en la B. Es decir que lo que no podía suceder en el imaginario popular, al fin y al cabo sucedió. El equipo más ganador a nivel local, el que más partidos disputó, más puntos cosechó y más goles convirtió en toda la historia de la A, uno de los 3 grandes que nunca conoció otras divisiones, al fin y al cabo se fue a la B.
Y es acá donde chocan mis ideas: siento por un lado que la salvación corrupta que yo daba por hecha, sorprendentemente no se dio. Esta realidad me demostró que River se fue por la suma de muchas falencias, pero que son en su mayoría propias. Pero al mismo tiempo siento, mientras vivo el después de la noticia, que nuestro bendito fútbol sigue y seguirá igual de gris y corrupto como lo estuvo antes que este equipo empiece a hablar de promedios y de números porcentuales.
"Todo pasa" suele rezar nuestro padrino, y tristemente es eso lo que siento. Aunque ante nuestra sorpresa un grande deba transitar por alguna baja categoría, todo esto -que ya es cotidiano- va a pasar. Pasará la violencia y la muerte en las canchas, pasará el gobierno de los barras, la inocencia de los vaciadores de clubes, pasarán los favores económicos y políticos en la mesa grande de Viamonte, pasarán los malos arbitrajes, la corrupción policial, las sanciones con diferentes varas...
Por tales motivos, concluyo que equivocar mi lúgubre vaticinio no me generó ninguna alegría, sino que me arrojó un gusto tristón y amargo. Me apena la contradicción de saber que en nuestro fútbol todo puede pasar, y que literalmente -como bien esboza esta frase- "todo pasará". Lo legal y lo ilegal convivirán por el resto de mi vida en una oxidada balanza de reglas y excepciones. Lamentablemente, la contradicción me acompañará.
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