Tras el derrumbe de un edificio en pleno centro porteño y la consecuente muerte de un habitante del mismo, comenzamos a escribir un nuevo capítulo de nuestra cíclica historia de tragedias. Los motivos, razones o causas son las de siempre: la falta de controles o la escasa importancia otorgada a estos, y la siempre presente política de hiper corrupción. Pasó, pasa y seguirá pasando.
Y como suelen decir, "no hay peor ciego que el que no quiere ver". Una vez consumado el penoso hecho aparecen las pruebas de que todo esto podía haberse evitado; como para intentar despabilarnos de este insomnio, como para salarnos las heridas. Y allí mismo, mientras intentamos patalear en la inmovilidad, nuestra realidad nos vuelve a sopapear.
Porque quien hoy quiere esclarecer esta falla que costó una vida -una desgracia con suerte-, ayer fue parte de una de las peores tragedias argentinas. Es Aníbal Ibarra qiuen denuncia a Mauricio Macri. Es Cromagnón quien se asusta del derrumbe y de Beara. Es la corrupción y la ceguera en los controles que acusa a la corrupción y a la ceguera en los controles. Es quien intenta diferenciarse del otro mientras continúa pareciéndose más.
Y aquí no intento contextualizar al interlocutor. Ya no importa recaer en "quien lo dijo" para poder tomar posición ante la tragedia y la muerte de un ser humano. Pretendo marcar la insistencia de nuestro ciclo histórico, la repetición de errores, una y otra vez nos pasa lo mismo, volvemos a tropezar con las mismas piedras: la ceguera y la corrupción.
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