martes, 29 de marzo de 2011

Sin sentido

Luego de enterarme que la Universidad de La Plata le hará entrega del Premio Rodolfo Walsh al presidente venezolano Hugo Chávez monté en cólera. Sin embargo, intenté priorizar mi lado periodístico y analicé la noticia desde muchos ángulos buscándole alguna justificación a tal reconocimiento.

Porque te quiero así...
Antes que nada, debo reconocer que desconocía hasta hoy la existencia de dicho galardón, que ya lleva 14 años entregándose, que a lo largo de estos años ha mutado sus valores a premiar, y que ha sido otorgado, entre otros, a Horacio Verbitsky, Jorge Lanata, Alejandro Apo y Roberto Fontanarrosa.

Reviso la nominación que posee este premio y no encuentro ningún nexo con la figura bolivariana: “aporte a la comunicación popular”. Conocida es la política de expropiación de medios que tiene Chávez en su Venezuela, que no incluye tan sólo cierres de medios de comunicación, sino también aprietes y violencia física a sus empleados y directivos. Nada más lejano al motivo del galardón.

Periodismo: Rodolfo Walsh
Acto seguido, repaso el nombre que lleva el premio: Rodolfo Walsh. Un ícono del periodismo mundial, que fue perseguido por sus palabras, que aún así formó una agencia de noticias clandestina para publicar las atrocidades del gobierno de facto, y que finalmente firmó su acta de defunción con una “Carta Abierta a la Junta Militar”, último acto suyo antes que lo secuestren en su domicilio para torturarlo y fusilarlo. Nada más contrario al personaje a premiar.

También intento minimizar el hecho de que alguien pueda "premiar a Hitler por su aporte a la ciencia”, como compara Nelson Belfort, representante de medios venezolanos, en LaNoticia1. Pero me detengo enseguida, pues eso sería proceder con la acción que yo mismo estoy repudiando: prohibir que alguien haga o diga lo que es contrario a mi parecer. Y ese de ninguna manera es el objetivo que defiendo.

Tarde pero seguro, y tras visitar algún que otro ángulo de la información, caigo en una penosa conclusión, quizás facilista, resignante: ausencia de sentido común. Confieso que –tontamente- sueño con un mundo donde la ética, la moral y el sentido común rijan nuestra vida social. Pero los hechos que vienen sucediendo en nuestra bendita tierra me demuestran que estamos muy pero muy lejos.

Repaso la negación de invitar al Nobel de Literatura Vargas Llosa a la apertura de la Feria de Libro, o la prohibición de asistencia de hinchas a la cancha para evitar la violencia en nuestro fútbol, y más ejemplos de falta de este sentido. En fin, apago la tele y me encierro entonces a leer el gran libro de Fernando Savater, Ética para Amador, y a soñar con los verdaderos premios que nos retribuiría ese pequeño saber de la vida.

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