Una es de seguridad: saber que fue una guerra absurda, aún más absurda que todas las demás guerras de nuestra humanidad; saber que fue un canallesco acto de cobardía de pseudo-dirigentes aprovechándose de un orgulloso acto de valor de niños-hombres soldados.
La otra no se cómo definirla, ya que todos los aniversarios veo la misma escena y no puedo dejar de replanteármela: un militar "entonado" dirigiendo la palabra a una multitud desbordante que colmaba la Plaza de Mayo, aplaudiendo y vivando la insana desición de su gobierno de facto, donde les anunciaba alegremente que enviaban a sus hijos al campo de batalla.
Hoy, 29 años después, me encuentro con todos en la cancha entonando la misma canción: "...el que no salta es un inglés", recordando que las Malvinas son argentinas y exigiéndole a nuestro propio ser "que la guerra no me sea indiferente".
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