Sabemos que nuestro fútbol no necesita de mucho para explotar. Nuestra histeria colectiva entra en acción ante la más ínfima sospecha de boicot o mala leche. Y el insólito caso de San Lorenzo - Colón, donde una mala interpretación del árbitro permitió el empate de la visita, no fue la excepción.
Pero vale aclarar que fuera de este desacierto arbitral hay un detalle que no podemos dejar pasar. Sin justificar la violencia posterior que inundó los pasillos y alrededores del estadio Pedro Bidegain, debemos recalcar la cuota de responsabilidad en el gol que tuvieron los propios jugadores del local al desentenderse de la jugada sin haber escuchado el silbato del juez Diego Abal.
Deplorable costumbre que tienen nuestros jugadores cobrarse ellos mismos las infracciones sin esperar que el árbitro decida. Junto con los hábitos de protestar cualquier fallo y simular cualquier roce de partido, estas mañas forman parte de un gen tan criollo como el asado. Así somos: vivos para sacar provecho y orgullosos para esquivar culpas.
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