Más de una imagen tendré guardada por años en mi mente sobre aquellos calurosos y alborotados días de Diciembre, hace exactamente 10 años. No se me borrará la tarde en que el Toque de Queda anunciado en Cadena Nacional nos encontró a mi hermano y a mí en el supermercado, a donde mi viejo nos mandó a comprar lo esencial “antes que explote todo”. Esa escena fue uno de los capítulos más memorables que experimenté en mi propia película, porque si bien yo no era un niño, todo era desconocido para mi uso de razón.
Tampoco olvidaré la noche que gasté horas y horas frente a la televisión, mirando el caos en las calles y la aglomeración de gente en la Plaza de Mayo, mientras algunos vecinos golpeaban cada tanto mi ventana al grito de “vayamos todos para que se vayan todos”. Horas de adrenalina y temor, de bronca y de inseguridad, de no saber en qué iba a terminar todo eso, en qué íbamos a terminar.
Hoy, 10 años después, recuerdo todo como una triste película que lamentablemente fue verdad, que fue realidad. Una triste verdad que dejó 39 muertos a manos de la represión, que mostró familias enteras reclamando por un Gobierno ausente, que destapó una vergonzosa olla llena de aprovechadores políticos y civiles, que alteró los nervios de una clase pudiente sin derecho a utilizar su propio dinero, y que mostró, con el tiempo, que el pueblo es el único hacedor de las revoluciones. Los políticos se quedaron todos, pero nosotros ya no somos los mismos.
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