En el último partido de Boca como local escuché una frase esclarecedora: “Si el pibe aquel que tiene la remera número 7 de Mouche me dice que se la compró el torneo pasado, hago una vaquita y se la pago”.
Esta secuencia chistosa no hacía más que reflejar la vuelta de tuerca que dio la actualidad futbolística del delantero xeneize Pablo Mouche, que pasó de ser criticado burlonamente a ser la carta ganadora del último amistoso de la selección. Un digno caso para el diván.
Anoche Pablo pagó con creces la confianza que le otorgó el "Checho" Batista marcándole dos goles a Venezuela y siendo la figura del equipo. La misma le había llegado tras unas buenas y sacrificadas actuaciones en el pésimo momento que su equipo Boca Juniors vive en el torneo local.
Meses atrás este mismo jugador había pasado por una serie de hechos que lo terminaron colocando al margen del primer equipo xeneize: bajos rendimientos –al igual que el resto de sus compañeros-, pecados de “morfón” en las definiciones, una racha de expulsiones por protestas y golpes desmedidos, y una llamativa dejadez a la hora de sacrificarse dentro del campo de juego. Para peor, su romance con la modelo Luli Fernández lo dejó en el blanco de todas las cargadas y reproches de la hinchada, haciendo todavía más cuesta arriba su supuesto regreso a las primeras filas.
Sin embargo la llegada de un nuevo año y un nuevo entrenador lo puso nuevamente a prueba. Los amistosos del verano mostraron lo mejor del pibe ese que -como en sus inicios- desbordaba, corría, definía y encaraba siempre para adelante ante las lagunas creativas del equipo. Así no sólo recuperó la titularidad en Boca -acompañando al histórico Martín Palermo- sino que también le llegó la tan soñada citación para la selección mayor “local”.
Anoche fue su noche con la celeste y blanca. Quizás también haya sido el comienzo de la recuperación del nivel que ha sabido tener. Ojala deje definitivamente atrás aquella meseta futbolística que nos hizo pensar que su paso por el fútbol argentino iba a ser igual que la de tantos juveniles que nunca terminaron de explotar. Para así saber que la única terapia que le hacía falta para afianzarse era la pelota.
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