jueves, 15 de septiembre de 2011

Pensar en brasilero

Dice Luis Majul en su columna de hoy, sobre la absolución de Menem en la causa Armas: "La sensación de que en la Argentina se puede decir y hacer cualquier cosa sin sufrir una condena -ni judicial ni política- se acrecentó en las últimas horas". Tristemente vengo pensando lo mismo hace ya largos años. El círculo, diseñado por alguna mente macabra destinada a gobernar con el "todo pasa", parece ser siempre el mismo: los Medios critican, el Gobierno los tilda de opositores, el Pueblo descree de los Medios pero también toma con pinzas lo que dice su Gobierno, y así todo se repite mientras nada y todo pasa -a la vez-.

Hace también un tiempo considerable vengo escuchando grandes elogios a nuestro país vecino del Brasil. El territorio de la Presidente Dilma Rousseff atraviesa hoy un crecimiento económico histórico digno de admiración y respeto no sólo por sus pares del Mercosur sino también por los de otros continentes. Pero un particular hecho reciente merece ser tomado como único y ejemplar. Y no es este progreso singular, nada que un Gobierno medianamente honorable pueda llegar a lograr con algunos años de trabajo serio. Este hecho lo protagonizó el pueblo brasilero, y hacia él van mi admiración y mis nacientes preguntas.

"Limpieza" fue lo que exigió el pueblo brasilero.
"Renunció otro Ministro de Dilma acusado de corrupción" titula hoy un matutino y agrega: "Esta es la quinta baja que sufre en tres meses el equipo de la mandataria, cuatro de ellas bajo acusaciones de maniobras fraudulentas con dinero del Estado". Días previos, y coincidiendo con la Independencia de su país, miles de personas marcharon en diferentes ciudades contra la corrupción. Sólo en Brasilia unas 25 mil personas formaron parte de la protesta. "Allá están felices celebrando la independencia, pero nosotros queremos liberarnos ahora de la corrupción" dijo una "indignada".

Dos cosas resaltan de estas noticias: el enfado del pueblo brasileño canalizado en marchas ante los numerosos casos de corrupción y la consecuente renuncia de los acusados de tales ilícitos. Y algo más que dos preguntas me surgen para intentar responderme por qué en mi país las cosas no funcionan así: ¿El pueblo brasileño es más intolerante con la corrupción estatal? ¿Los acusados aún sienten vergüenza y temen a la condena social? ¿Los medios denunciantes poseen altos índices de credibilidad? ¿El mismo Gobierno es quien presiona para que los sucios abandonen sus puestos? ¿Y si mi pueblo se pusiera de pie para repudiar tanta suciedad estatal? ¿Podríamos unirnos para eso como alguna vez lo hicimos para defender nuestros ahorros o nuestro torneo de fútbol?

La capital fue el epicentro de los reclamos.
Muchas veces me pregunto qué puedo hacer yo, desde mi simple pero responsable lugar, para canalizar tanta bronca e intentar torcer el rumbo de las cosas. Misma cantidad de veces termino resignándome ante la levedad del ser, ante el peso específico de las cosas y la inmensidad que representa un sistema mal parido. No creo que los brasileños piensen como yo -afortunadamente-. Creo que piensan todo lo contrario y por eso decidieron actuar a tiempo para que el "todo pasa" no llegue a gobernar. También parte de ese Gobierno colabora para ello, extirpando las manzanas podridas y mostrando un claro mensaje: "Acá sí hay condena". Tras esto, sólo me surge una pregunta más, como disparador, como deseo: ¿Y si empezamos a pensar en brasilero?

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